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En marzo de este año se llevó a cabo la presentación de La Mambanegra, una orquesta de música latina, en la Universidad de los Andes. | Foto: Cortesía Universidad los Andes

EDUCACIÓN

Las universidades: muy 'pilas' en cultura

Por la programación de eventos, su función académica y hasta la renovación de centros urbanos, las universidades se convirtieron en un motor clave de la actividad cultural del país.

17 de octubre de 2015

Entre la gran avalancha cultural que hoy se mueve en Colombia –de premios, conciertos, lanzamientos, ferias y festivales–, una oferta de calidad se abre espacio entre el público: la propuesta de las universidades.

Desde comienzos del siglo XX, en diferentes frentes, los centros de educación superior asumieron el papel de promotores y difusores de la actividad cultural en el país. Lo hicieron al crear extensiones culturales, publicaciones y emisoras, y al programar eventos que impulsaron una agenda que en la época no era continua. Pero hacia los años sesenta empezaron a surgir entidades culturales que les quitaron el protagonismo.

Hoy, como nunca, se siente que las universidades han tomado un nuevo impulso. Solo basta ver las cifras de los dos claustros más importantes del país: en la Universidad Nacional este año se programaron casi 300 eventos entre conciertos, conferencias y exposiciones. Asistieron unas 400.000 personas, de las cuales, en promedio, un 40 por ciento venía de fuera del alma máter.

Entre tanto, el año pasado la Universidad de los Andes realizó 182 eventos, entre otros, presentó a 47 artistas nacionales e internacionales, programó 12 clases magistrales, montó nueve exposiciones, proyectó 33 películas y tuvo 24 conciertos al aire libre. Esta agenda atrajo a unas 37.000 personas.

Estas dos universidades, como tantas otras del país, tienen su propio sello: lo comercial pasa a un segundo plano y tomar riesgos es casi un requisito. Así ofrecen propuestas experimentales y de vanguardia que en otro lugar no tendrían cabida. A eso le suman que sus auditorios y museos especializados nada tienen que envidiar a otros centros culturales. Los números le dan dimensión a la apuesta: se calcula que un proyecto cultural puede costar al año 1.000, 5.000 millones de pesos, o incluso más, en cuya financiación, además de las universidades, suelen ayudar instituciones públicas y privadas.

Los expertos ven ese aporte con admiración. Ramiro Osorio, director del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, uno de los grandes referentes culturales del país, considera que los eventos universitarios han permitido que mucha gente se acerque a la cultura y entienda las diferentes creaciones artísticas.

No solo se trata de formar estudiantes, profesores y público en general. El periodista cultural Guillermo González Uribe encuentra otra razón: varias universidades se proyectan al mundo exterior a través de la cultura para así romper el encierro de los estudios superespecializados.

Las universidades no solo forman público con inquietudes culturales. Su papel pedagógico, como debe ser, es clave. Las facultades le apuntan a que la actividad se profesionalice en todos los aspectos, que no solo se produzcan grandes obras sino que también se sepan gestionar los espacios culturales.

Lo ideal para la academia es que la programación sea muchas veces el resultado de lo que se imparte en las facultades. Y así la práctica es fundamental. Por eso, más allá de las facultades, también juegan un papel clave los talleres y los espacios que se ofrecen para que los estudiantes de estas disciplinas no sean los únicos que tengan un acercamiento con la cultura: que un químico, por ejemplo, pueda aprender a tocar flauta, o que un médico apasionado por el teatro se meta a un grupo vocal. Como dice Moisés Wasserman exrector de la Universidad Nacional, “la cultura en gran medida requiere el encuentro de diversas disciplinas y debe estar abierta a todos, no solo a los especialistas de una rama”.

Por otro lado, los fondos editoriales universitarios brindan los espacios en los que escritores jóvenes comienzan su carrera. Tampoco se quedan atrás las emisoras, los canales de televisión universitarios o las revistas culturales. No menos importantes son las bibliotecas y las colecciones de libros, música antigua o documentos patrimoniales.

Las universidades están, además, reviviendo el espíritu cultural que tuvieron en otra época espacios urbanos como el centro de Bogotá. La Jorge Tadeo Lozano, Los Andes, el Externado y la Central decidieron permanecer en esa zona y se convirtieron en protagonistas de su renovación urbana.

En el centro histórico conviven alrededor de 200.000 estudiantes, profesores, y demás empleados de unas 20 instituciones de educación superior. “Eso quiere decir que después de la Unam en Ciudad de México, el centro de Bogotá es la segunda ciudadela universitaria más grande de América Latina”, señala José Eslava, asesor de la rectoría de la U. Central en temas de ciudad.

No es casualidad, entonces, que una universidad –Los Andes– esté liderando el ambicioso proyecto de convertir su campus en un centro urbano abierto. El proyecto se llama Progresa Fenicia y cuenta con el aval del Distrito desde finales de 2014. El objetivo, explica Javier Pérez, profesor de Los Andes y Ph. D. en Planeación Urbana y Regional, es que las universidades dejen de funcionar como ‘satélites’ y se conviertan en un centro urbano en el que convivan el comercio, la cultura, los proyectos urbanísticos, la comunidad.

También, la Universidad Central adquirió y recuperó los teatros de la calle 22: el emblemático Faenza (hoy en la última fase de renovación), el de Bogotá, el México (hoy sala Jorge Enrique Molina), y el Cinema Azteca (hoy sala Fundadores). Y el proyecto no para ahí. Esta institución, junto a otras vecinas, pretende convertir la calle 22 en un polo para la cultura con programación permanente de música, teatro, innovación, robótica, exposiciones y oferta gastronómica.

Se trata de un aporte cultural notable, pero hay cosas por mejorar. Una de las principales es la falta de información sobre las actividades en las universidades. Otros sienten que estas deberían dar a conocer más sus publicaciones académicas. Y preocupa aún más cuál será la suerte de los que se gradúan de las disciplinas relacionadas con las artes, en un país donde las oportunidades de trabajo en este campo no abundan.

Juan Luis Mejía Arango, rector de la Universidad Eafit, señala otro aspecto por cambiar: “La actividad cultural debería ser incorporada dentro de los parámetros para medir a las universidades. En la última metodología de las instituciones de educación superior del país, el Mide del Ministerio de Educación, la cultura no aparece. Aparece la función de investigar y formar pero no la de epicentro cultural”.

Por ahora, mientras se ajusta lo que haya que ajustar, es innegable que las universidades están aprobando con lujo una materia crucial para la sociedad: la cultura.